
La Unión Europea (UE) se presenta a menudo como un referente global en materia de progreso social, democracia y derechos humanos. En su discurso institucional, la igualdad de género ocupa un lugar importante, promoviendo una imagen de una Europa moderna y paritaria. La presencia de figuras como Ursula von der Leyen, la primera mujer presidenta de la Comisión Europea, y Roberta Metsola, presidenta del Parlamento Europeo, refuerza esta narrativa. Sin embargo, tras esta fachada de avances simbólicos se oculta una realidad mucho más compleja y desafiante: la persistente infrarrepresentación de las mujeres en los puestos de decisión clave y los obstáculos que limitan su participación efectiva en el poder político europeo.
Desde hace más de dos décadas, la Unión Europea ha incrementado sus esfuerzos por promover primero la igualdad en general y luego la participación femenina en sus instituciones. Este compromiso no es reciente ni accidental: la igualdad entre mujeres y hombres forma parte de los valores esenciales sobre los que se construyó la Unión, y está firmemente anclado en sus textos fundacionales. Diversos artículos de los Tratados de la UE y del Tratado de Funcionamiento, así como de la Carta de los Derechos Fundamentales, reconocen explícitamente la igualdad de género como principio rector de la acción europea desde 1957. Más recientemente, la Comisión Europea de 2019-2024 alcanzó por primera vez una paridad casi total en su colegio de comisarios, con 13 comisarías entre 27 miembros, en cumplimiento de los compromisos de Ursula von der Leyen de garantizar un equipo equilibrado en género. Asimismo, el Parlamento Europeo ha experimentado una progresión significativa, con más del 40 % de los eurodiputados siendo mujeres, además de implementar medidas como cuotas internas en los partidos políticos, listas cremallera y exigencias de paridad en ciertos comités parlamentarios. Estos avances son celebrados como hitos que posicionan a la UE como un referente en materia de igualdad de género en el ámbito institucional. Sin embargo, la pregunta que se plantea es si estos logros representan una transformación estructural profunda o simplemente un avance superficial que oculta desigualdades persistentes.
A pesar de estos datos positivos, la realidad muestra un escenario mucho más desigual en la distribución del poder. De hecho, la presencia femenina en cargos de alta influencia sigue siendo limitada. En la Comisión Europea, por ejemplo, muchas mujeres ocupan puestos en áreas consideradas tradicionalmente “blandas”, como Igualdad, Cultura o Salud, que aunque son esenciales, no poseen el mismo peso estratégico que otros ámbitos. Por otro lado, en áreas de gran impacto estratégico, como Economía, Mercado Interior, Comercio o Defensa, la presencia femenina sigue siendo escasa, reflejando aún una notable brecha de género en las posiciones de mayor responsabilidad y toma de decisiones. En el Parlamento Europeo, aunque la presencia de mujeres ha mejorado con el tiempo y se percibe una mayor participación, todavía existen desigualdades en cargos de liderazgo y en la coordinación de grupos políticos; por ejemplo, los puestos de presidentes de comités clave como Economía o Asuntos Exteriores continúan siendo mayoritariamente ocupados por hombres. Además, en las agencias descentralizadas y en la administración pública europea, el acceso a puestos directivos también refleja un desequilibrio de género, evidenciando que la igualdad formal en las leyes y en las cifras no se traduce necesariamente en una igualdad de poder efectiva. Este fenómeno revela que, aunque haya avances en la representación femenina, aún persisten profundas barreras estructurales y culturales que impiden que las mujeres ejerzan plenamente su influencia en los niveles más altos del poder institucional europeo.
Detrás de estas desigualdades estructurales se esconden factores arraigados en la cultura política y en los mecanismos de selección. La cultura política masculina, que aún predomina en los entornos de poder, opera con lógicas tradicionales: estilos de liderazgo verticales y una marcada preferencia por perfiles masculinos, dificultando así la promoción de mujeres. Además, muchos cargos institucionales y políticos se asignan desde los Estados miembros, donde persisten sesgos en la promoción de mujeres en los niveles políticos y administrativos nacionales. La tendencia a enviar candidatos hombres en la nominación de cargos europeos refleja un sesgo aún vigente en muchos gobiernos nacionales, que se reproduce en el ámbito europeo (Hungría, Polonia, Chequia,...). Por otro lado, el concepto de techo de cristal se mantiene vigente, ya que las mujeres enfrentan barreras invisibles para acceder a los niveles más altos del poder, como los estereotipos de género, la penalización de la maternidad o la mentalidad patriarcal que persisten con fuerza y son difíciles de deconstruir.
Frente a estas persistentes desigualdades, la Unión Europea ha desplegado una serie de iniciativas, planes y estrategias con el objetivo de promover la igualdad de género y reducir de manera significativa la brecha existente entre hombres y mujeres. El Plan de Igualdad de Género 2020-2025 de la Comisión Europea, por ejemplo, representa un esfuerzo ambicioso que propone no solo implementar medidas específicas para eliminar obstáculos, sino también integrar de forma transversal un enfoque de género en todas las políticas comunitarias, conocido como “gender mainstreaming”. Este enfoque busca garantizar que todas las decisiones, desde la economía hasta la educación y la salud, consideren las necesidades y derechos de las mujeres, promoviendo una cultura organizativa más inclusiva y equitativa en las instituciones europeas. Además, se ha impulsado la creación de redes informales de funcionarias y profesionales, que facilitan el apoyo mutuo y la coordinación en la lucha contra las desigualdades. Paralelamente, se han desarrollado programas de mentoría dirigidos a mujeres jóvenes y profesionales en ascenso, con el fin de potenciar su liderazgo y visibilidad en diferentes sectores. También se han establecido mecanismos para recopilar datos desagregados por sexo, con la intención de identificar con precisión las áreas donde persisten las desigualdades y diseñar políticas más efectivas y dirigidas. La recopilación y análisis de estos datos permiten identificar patrones y obstáculos específicos, facilitando así la formulación de estrategias adaptadas a las realidades de cada comunidad.
En este contexto, la esperanza y el optimismo se consolidan en la idea de que el futuro femenino en la Unión Europea será cada vez más presente, inclusivo y justo. La historia de los movimientos feministas y las victorias alcanzadas hasta ahora muestran que los cambios profundos son posibles cuando hay voluntad, empatía y compromiso colectivo. La unión de esfuerzos y la innovación en políticas públicas, educación y cultura permitirán que las generaciones venideras puedan disfrutar de una Europa en la que la igualdad de género sea un derecho totalmente garantizado y una realidad vivida en todos los ámbitos.
Yannis FONTENEAU. Esudiante Erasmus en Salamnca curso- 2024-2025