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TREINTA AÑOS NO ES NADA…

Luis N. González Alonso, director del Centro ED
Luis N. González Alonso, director del Centro ED

 

Parece que han pasado en un suspiro, pero comenzamos este 2016 celebrando los primeros treinta años de participación de España en el proceso de integración europea, en lo que hoy es la Unión Europea. Y digo bien, “celebrando”, porque recordar aquel momento y el tiempo transcurrido desde entonces debe ser motivo para la celebración, no me cabe la más mínima duda; y no sólo porque estemos aquí para hacerlo, como suele decirse en estos casos, sino por todo lo que ha supuesto para nuestro país.

 

Lejos queda, desde luego, el entusiasmo europeísta con el que la sociedad española recibió aquel año 1986 o el consenso del que hicieron gala unos meses antes nuestras fuerzas políticas en el Parlamento autorizando sin fisuras la ratificación del Tratado de Adhesión,  firmado con toda solemnidad en el Palacio Real de Madrid el 12 de junio de 1985. Sería absurdo negar que las cosas son hoy muy distintas, por la dichosa crisis y sus efectos devastadores, por la propia evolución que ha conocido la UE – sin ir más lejos, integrada ya por 28 Estados frente a la docena que completamos España y Portugal- y, cómo no, por la transformación del contexto global en el que nos movemos ahora con muchas menos certezas que hace tres décadas y con desafíos constantes a los que no sabemos muy bien cómo hacer frente.

 

Al margen de todo ello, tampoco conviene perder de vista que lo que durante mucho tiempo contemplamos como un anhelo colectivo, como un gran objetivo movilizador de esfuerzos y por el que merecía la pena luchar, se ha ido convirtiendo poco a poco en nuestro hábitat natural, en ese ámbito común en el que se desenvuelve de forma rutinaria nuestra actividad política y económica, con sus luces y sus sombras, con sus bondades y con sus imperfecciones, que lógicamente son muchas. No es de extrañar pues, y más aún con la que ha caído en los últimos años, que el desencanto e incluso la decepción hacia el proyecto europeo hayan podido abrirse paso en la sociedad española, tradicional y mayoritariamente europeísta.

 

No creo, sin embargo, que esta tendencia deba interpretarse como algo exclusivamente negativo. Es sin duda preocupante, no sólo aquí sino en el conjunto de la Unión, y si no enderezamos pronto el rumbo podría abocarnos a un gran fracaso colectivo. Pero, por lo que se refiere específicamente a España, es también una manifestación de madurez en la percepción e interpretación de lo que significa y representa la integración europea. Reconozcamos que durante buena parte de estos treinta años se han frecuentado excesivamente los tópicos sobre Europa en nuestro país, como si formar parte de la UE se redujese esencialmente a recibir fondos para modernizar nuestras infraestructuras y cualquier iniciativa de Bruselas tuviera que ser, por ende, positiva. Hemos descubierto que esto no es así, que el proyecto europeo es frágil, que está inacabado y que requiere de un constante perfeccionamiento y compromiso por parte de sus Estados miembros y de sus ciudadanos.

 

Ahora bien, sobre lo que muy pocos españoles albergan dudas tres décadas después de aquel mes de enero de 1986, y ahí están los resultados de los Eurobarómetros - amén de algunas otras circunstancias políticas de todos conocidas-  para corroborarlo, es que fuera de la Unión hace mucho frío y que ésta ha sido un vector fundamental del formidable proceso de transformación que ha conocido nuestro país durante este período de tiempo. O es que, ¿cabría imaginar hoy el futuro de España al margen de ese otro gran proyecto colectivo que representa la Unión Europea?

 

Celebremos pues este trigésimo aniversario con satisfacción y con espíritu crítico, con la lógica preocupación que generan algunos de los fenómenos a los que estamos asistiendo dentro y fuera de la UE, pero con el firme convencimiento también de que nuestro futuro como europeos nos lo jugamos en común.

 

Al fin y al cabo treinta años es poco más de la mitad del trecho recorrido por un proceso que se inició en circunstancias mucho más convulsas que las actuales y que fue concebido para garantizar paz, progreso y bienestar a muchas generaciones de europeos.

 

Feliz 2016.

 

Luis N. González Alonso

 

Director del Centro Europe Direct de Salamanca

 

 

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Comentarios: 2
  • #1

    Carlos Wefers Verástegui (sábado, 23 enero 2016 10:38)

    Otros treinta años más, y ya no habrá ni paz, ni progreso, ni bienestar ni quedarán europeos que los puedan disfrutar.

    Siempre me lo he preguntado: ¿quién es, QUIÉNES SON los responsables de todo lo que se hace, no se hace, se hace mal, en última instancia, en esta "Unión Europea"? Nadie rinde cuentas de nada en los estados miembros, ¿cómo es posible que alguien lo haga en la UE? En los estados miembros, al menos, existe todavía la FICCIÓN personalista: los "males" pueden ser achacados a personas y/o partidos concretos, con lo cual se salva, evidentemente, el "sistema", aunque sea el "sistema" mismo la parte pocha en todo ese tinglado. Esto no ocurre en la Unión Europea. Allí, el "sistema" carga con todo, con razón o sin razón. Ya, ya se que tiene "personalidad jurídica", etc., la Unión Europea. Sin embargo, intenten revocarle el "derecho al honor" a una S.A., o, más difícil todavía, arrojarle huevos y tomates pochos a una corporación. ¿Cómo se entrega a público a una organización internacional o "supranacional"? No se puede. Eso es así, ya que, respecto a la Unión Europea, nadie puede hacerse la ilusión siquiera, de que pueda existir en ella alguna responsabilidad de tipo personal. A ver qué pasa, mejor: qué queda, dentro de treinta años.

  • #2

    Carlos Wefers Verástegui (sábado, 23 enero 2016 10:43)

    Fe de erratas:

    Línea 9, léase "Ya, ya sé," por "Ya, ya se".

    Línea 12, léase "¿Cómo se entrega a público escarnio", etc., por "¿Cómo se entrega a público a una organización internacional o "supranacional"?".